A menudo me pregunto cómo personas inteligentes pueden dejar de parecerlo cuando, con el fin de no abandonar sus convicciones, fuerzan sus argumentos hasta límites insospechados.
Podríamos poner muchos ejemplos: fumadores que defienden que el humo de los coches es más nocivo que el de sus cigarros; drogadictos que consideran que el tabaco es más dañito que la cocaina; católicos que consideran que el condón propaga el sida; hinchas de clubes de fútbol que una y otra vez pierden por culpa del árbitro...
Debido a este fenómeno, a menudo intuimos lo que alguien va a opinar sobre algo. Eso me sucedió el otro día cuando escuché a una persona de derechas, opinar sobre los presuntos regalos a Francisco Camps. Que ya sabía yo lo que iba a decir: “ ¿Acaso se guarda alguien las facturas de los trajes que se compra? “ Y, sobre esta pregunta, construir un argumento basado en la fácil y falsa acusación a un presidente y un partido en el más infalible de sus feudos con el fin de descabalgarlo del poder.
No seré yo quien rompa la sagrada presunción de inocencia, pero no puedo aceptar un argumento tan débil en una persona inteligente como lo es la que lo esgrimió. Yo no uso trajes ni guardo facturas de mis compras pero todo lo que me cuesta más de 20 euros lo pago con tarjeta y puedo acceder a los cargos cuando quiera, ya sea acudiendo a mi oficina o consultándolos por internet. Me cuesta creer que alguien saque de la cartera 800 ó 1000 euros (que es el precio que ronda cada uno de esos trajes) cada vez que adquiere uno. Y más me cuesta creer que esa práctica no sólo fuera habitual en Camps, sino también en Costa, Campos y Betoret, los otros 3 políticos valencianos acusados de cohecho. No sé si se les podrá condenar por ello, porque para eso se tendrá que demostrar tanto que no pagaron los trajes como que el no hacerlo (y admitirlos como regalo de los responsables de Orange Market) fuera en contraprestación a algo. Pero el tufillo que emana el caso es insoportable.
Tratamos frecuentemente de acomodar a nuestros esquemas morales, a nuestras convicciones, a nuestros comportamientos, todo aquello que va surgiendo para entrar en conflicto con aquéllos. Para la persona de la que hablo, que admira a Camps y lo tiene por persona honrada, lo más fácil es construir argumentos que le lleven a concluir que todo es mentira. Si se demuestra lo contrario, utilizará otros que le lleven quizás a defender que no son los hechos tan graves, que ha sido engañado o que todo el mundo hace lo mismo. Sólo así los hechos y nuestras ideas pueden continuar siendo de alguna manera coherentes.
Estos juegos de equilibrio los practicamos todos, absolutamente todos, en mayor o menor grado con nuestros argumentos, y en Psicología reciben un nombre: Disonancia cognitiva:
El concepto de disonancia cognitiva, en Psicología, hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias, emociones y actitudes (cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Es decir, el término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas.
El concepto fue formulado por primera vez en 1957 por el psicólogo estadounidense, de origen ruso, Leon Festinger en su obra "A theory of cognitive dissonance". La teoría de Festinger plantea que al producirse esa incongruencia o disonancia de manera muy apreciable, la persona se ve automáticamente motivada para esforzarse en generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí, constituyendo una cierta coherencia interna.
La manera en que se produce la reducción de la disonancia puede tomar distintos caminos o formas. Una muy notable es un cambio de actitud o de ideas ante la realidad.
Podríamos poner muchos ejemplos: fumadores que defienden que el humo de los coches es más nocivo que el de sus cigarros; drogadictos que consideran que el tabaco es más dañito que la cocaina; católicos que consideran que el condón propaga el sida; hinchas de clubes de fútbol que una y otra vez pierden por culpa del árbitro...
Debido a este fenómeno, a menudo intuimos lo que alguien va a opinar sobre algo. Eso me sucedió el otro día cuando escuché a una persona de derechas, opinar sobre los presuntos regalos a Francisco Camps. Que ya sabía yo lo que iba a decir: “ ¿Acaso se guarda alguien las facturas de los trajes que se compra? “ Y, sobre esta pregunta, construir un argumento basado en la fácil y falsa acusación a un presidente y un partido en el más infalible de sus feudos con el fin de descabalgarlo del poder.
No seré yo quien rompa la sagrada presunción de inocencia, pero no puedo aceptar un argumento tan débil en una persona inteligente como lo es la que lo esgrimió. Yo no uso trajes ni guardo facturas de mis compras pero todo lo que me cuesta más de 20 euros lo pago con tarjeta y puedo acceder a los cargos cuando quiera, ya sea acudiendo a mi oficina o consultándolos por internet. Me cuesta creer que alguien saque de la cartera 800 ó 1000 euros (que es el precio que ronda cada uno de esos trajes) cada vez que adquiere uno. Y más me cuesta creer que esa práctica no sólo fuera habitual en Camps, sino también en Costa, Campos y Betoret, los otros 3 políticos valencianos acusados de cohecho. No sé si se les podrá condenar por ello, porque para eso se tendrá que demostrar tanto que no pagaron los trajes como que el no hacerlo (y admitirlos como regalo de los responsables de Orange Market) fuera en contraprestación a algo. Pero el tufillo que emana el caso es insoportable.
Tratamos frecuentemente de acomodar a nuestros esquemas morales, a nuestras convicciones, a nuestros comportamientos, todo aquello que va surgiendo para entrar en conflicto con aquéllos. Para la persona de la que hablo, que admira a Camps y lo tiene por persona honrada, lo más fácil es construir argumentos que le lleven a concluir que todo es mentira. Si se demuestra lo contrario, utilizará otros que le lleven quizás a defender que no son los hechos tan graves, que ha sido engañado o que todo el mundo hace lo mismo. Sólo así los hechos y nuestras ideas pueden continuar siendo de alguna manera coherentes.
Estos juegos de equilibrio los practicamos todos, absolutamente todos, en mayor o menor grado con nuestros argumentos, y en Psicología reciben un nombre: Disonancia cognitiva:
El concepto de disonancia cognitiva, en Psicología, hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias, emociones y actitudes (cogniciones) que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Es decir, el término se refiere a la percepción de incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas.
El concepto fue formulado por primera vez en 1957 por el psicólogo estadounidense, de origen ruso, Leon Festinger en su obra "A theory of cognitive dissonance". La teoría de Festinger plantea que al producirse esa incongruencia o disonancia de manera muy apreciable, la persona se ve automáticamente motivada para esforzarse en generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí, constituyendo una cierta coherencia interna.
La manera en que se produce la reducción de la disonancia puede tomar distintos caminos o formas. Una muy notable es un cambio de actitud o de ideas ante la realidad.
Fuente: Wikipedia
.