jueves, 26 de marzo de 2009

EL MIEDO PROGRAMADO

Me encontraba la semana pasada en un pueblecito del pirineo francés al que había acudido para visitar una casa en venta. El propietario no estaba y una señora nos avisó de que quizás en el bar del pueblo tuvieran llave. Allí acudimos y, efectivamente, el dueño del bar me la entregó de inmediato. Yo me quedé un poco parado, como esperando algo más. Le dije ¿no me la va a enseñar nadie? ¿voy a verla yo solo? “Yo no puedo, estoy trabajando. Luego me la devuelves”, me dijo este hombre. Y así nos fuimos, llave en mano, a visitar la casa en venta. Una vez allí, comprobé que no había cosas de gran valor pero sí algo de ropa, botas de montaña, un equipo de música, algunos muebles, cds… Cuando devolví la llave tan sólo me preguntaron si había apagado la luz del último piso. “Muchos se la dejan encendida”. Entonces constaté lo que ya imaginaba, que aquello no había sido una excepción en el sistema de visitas de esta casa.
Luego recordé que hace unos cuantos años ya me había sorprendido, justo en un pueblo vecino, que las casas estuvieran abiertas o con las llaves puestas por fuera.
No sé si se trata de un exceso de confianza (en la ciudad lo sería, sin duda) pero qué gusto vivir con ella. Qué gusto no andar con recelos todo el día, sospechando de unos, temiendo de otros. Qué sosiego, qué paz.

En el garaje de mi casa -vivo en Valencia- tengo que candar la bici y también el sillín desde que éste me voló en una ocasión. También desapareció la antena del coche y un casco de la moto que, confiado, había dejado sobre su asiento. No son grandes pérdidas pero me producen la incomodidad de tener que andar candándolo todo y el desasosiego de desconfiar de todos, porque sé que los ladronzuelos son vecinos (y no me consta que tenga vecinos que pasen hambre).

Me encuentro en un punto intermedio, no sé si equidistante, entre la plácida confianza de los habitantes de este valle francés y el miedo casi paranoico que a veces contemplo a mi alrededor. No es bueno vivir con miedos y los medios no ayudan (no es un juego de palabras). Demasiadas malas noticias, demasiados accidentes, atracos, violaciones o asesinatos leemos en los periódicos y, sobre todo, vemos en la televisión, que nos dan una imagen hipertrofiada de la realidad.
Pero no es nuevo. No creo que los medios de comunicación utilicen el miedo para manipularnos sino tan sólo para venderse mejor, porque saben que somos morbosos y nos gusta la sangre. Pero el miedo siempre se ha utilizado para fines más viles. La Iglesia católica sabe mucho de eso y ha fomentado el terror al infierno, al diablo, al limbo, a la hoguera, a la prisión, a la censura, a los rojos, a los granos pajeros, a la ceguera, al sida, a la ruptura de la familia o, quizás a la extinción de la especie humana (porque no sé cómo interpretar el último anuncio anti-aborto que ha promocionado).
Los gobiernos también han usado esta arma y no sólo los llamados totalitarios. La Administración Bush manejó a su pueblo a su antojo usando como arma principal el pánico al terrorismo. Crearon incluso una clasificación por colores; la alerta roja, naranja o verde de amenaza terrorista le decía a los norteamericanos el nivel de terror que debían sufrir. El miedo es el mando a distancia con el que Bush manejó a su pueblo y le permitió ganar por segunda vez las elecciones. En ese país, además, el miedo al vecino constituye la principal fuente de ingresos de la industria armamentística. En EEUU el miedo mata.
Ese mismo temor se fabricó para justificar una guerra y un presidente nuestro llegó a decir ante las cámaras de televisión, en directo y en horario de máxima audiencia, mirando a los ojos de su entrevistador y con semblante preocupado aquello de “créame usted y créanme todos los españoles que estoy diciendo la verdad. Irak tiene armas de destrucción masiva”. Desde entonces, daba igual que en España murieran en dos semanas por accidentes de tráfico el mismo número de personas que morirían después en el atentado del 11-M; daba igual que cada año caigan por ese mismo motivo en todo el mundo cientos de torres gemelas; a la gente le sigue dando miedo su vecino marroquí mientras conduce su coche a 180 km/h.

Los maltratadores someten a sus parejas mediante el miedo a la agresión; los jefes a los empleados mediante el miedo al despido, los hijos a los padres con el miedo al rechazo, etc.

El miedo es natural. Es un instinto de supervivencia que nos permite huir cuando hay un peligro. Y es natural temer a la muerte, a la enfermedad o a la vejez. Pero carguemos en nuestras maletas las justas dosis y no compremos las que nos venden porque, como dice Carlos, mi cuñado, los cobardes nunca se llevan las chicas guapas.

Por cierto, para el que lo quiera, vendo mis miedos. Los regalaría pero quiero comprarme una casa en los Pirineos.

lunes, 23 de marzo de 2009

LA INFIDELIDAD (SEXUAL)

Antes de cerrar el tema de la infidelidad (porque tengo que cerrarlo, que este blog no trata tan solo este tema, al margen de que sigáis escribiendo comentarios, que me encanta) quiero trasladar este artículo que me he encontrado por Internet. Me gustaría poder deciros quién es el Dr. Raúl E. Martínez M. pero no he logrado averiguarlo. Él nos habla en su artículo de diversos estudios sobre la infidelidad sexual y su incidencia en cifras tanto en hombres como en mujeres a lo largo del tiempo.
Aparte de las cifras que nos muestra, me quedo con el primer párrafo y la última frase. Los he remarcado en azul. Son los que me dan más a pensar.
Aquí lo tenéis:
Dr. Raúl E. Martínez M.
En sentido estricto, la infidelidad implica la ruptura unilateral de cualquier compromiso asumido consciente y voluntariamente. En esta perspectiva, cualquiera acción u omisión que afecte adversamente a algunos de los términos explícitos del contrato matrimonial o los implícitos de un convenio no legal ("pololeo", noviazgo o convivencia) podría y debiera calificarse como conducta infiel. Sin embargo, la infidelidad sexual es la única que se juzga habitualmente con suficiente importancia como para justificar una ruptura de pareja, los sentimientos de culpa o la ira, la depresión y la venganza. Sin duda, la importancia concedida a esta infidelidad guarda relación con la importancia hipertrofiada que se concede al sexo y la supuesta estrecha relación constante con otros afectos, los que además se suponen de una magnitud prefijada, que impediría amar a más de una persona, o de un tipo tan exclusivo que se cree no podría experimentarse de forma diferente por distintas personas.
Reibstein y Richards (1993) señalan los tres enfoques posibles respecto a lo que significa una infidelidad sexual/afectiva en el matrimonio: a) es síntoma de que algo anda mal en la relación de pareja y que lo faltante en éste sería lo que se busca en la relación extramarital, b) es indicadora de que el matrimonio es satisfactorio, que no sofoca a sus miembros y que por tal circunstancia una infidelidad lo reforzaría, y c) no tiene ninguna relación directa con la vida estable de pareja, así como no podría afirmarse que la dedicación al trabajo o las relaciones amistosas resten algo esencial al matrimonio.
Fisher (1996) revisa las cifras de mujeres y hombres norteamericanos infieles, buscando los posibles cambios ocurridos a lo largo del tiempo en función de los nuevos entornos sociales. En la década del 20, Hamilton descubrió que el 28% de hombres y el 24% de mujeres había incurrido en infidelidad, mientras que Kinsey y sus colaboradores a fines de la década de los 40 e inicios de los 50 informaban de algo más del tercio de hombres y el 26% de las mujeres (antes de los 40 años de edad). Aunque 20 años más tarde los porcentajes no habían cambiado notablemente, si emergían dos fenómenos nuevos: las primeras aventuras sexuales de hombres y mujeres ocurrían más tempranamente y se daban pasos hacia la visión igualitaria de unos y otras. Datos más recientes (Wolfe, 1981) señalan que el 54% de las mujeres casadas participantes en un estudio, se habían comportado infielmente, mientras que había hecho lo propio el 72% de hombres casados.
De su estudio con 100.000 mujeres, Tavris y Sadd (1980) concluyen que: a) no ha variado substancialmente el número de mujeres casadas que sostienen relaciones extraconyugales desde el estudio de Kinsey y sus colaboradores, aunque ahora las inician más temprano; b) la mayoría de las mujeres infieles manifiestan estar aburridas o sexualmente insatisfechas en su vida matrimonial, pero una minoría no despreciable disfruta por igual de su marido y su/s amante/s; c) las mujeres de ahora tienen un número similar de amantes que las de épocas previas, pero prefieren las aventuras esporádicas por sobre las relaciones afectivas prolongadas; d) las mujeres creen que se sentirán más culpables de lo que, una vez ocurrida la infidelidad, se sienten realmente; e) la doble moral permanece pero los comportamientos de hombres y mujeres respecto a la infidelidad son cada vez más similares; f) la religiosidad continúa actuando como fuerte inhibidor de las relaciones extraconyugales, pero ésta tiende a ser menos eficaz con las mayores edades de la pareja y duración del matrimonio y el aumento de las oportunidades; g) la mayoría de las esposas norteamericanas han sido y son monógamas y quieren mantenerse de ese modo. Todos estos datos son referidos a inicios de la década de los 80.
Botwin (1994) caracteriza a quienes llama mujeres "pioneras" (que corresponden a una minoría de las actuales infieles) en cuanto a las relaciones extraconyugales, que se comportan en este ámbito de un modo más bien masculino: 1) están felizmente casadas; 2) son capaces de separar afecto amoroso y sexo; 3) acusan experimentar, como base de inicio de sus infidelidades, la sola atracción sexual sin valorar necesariamente otros aspectos del hombre como su personalidad o el tipo de relación (amistosa por ejemplo); 4) se relacionan con amantes más jóvenes que ellas; 5) pueden concretar una infidelidad sobre los 50 o 60 años; 6) se atreven a plantear sus intenciones a quienes les interesan; 7) son capaces de alternar experiencias extraconyugales fortuitas y breves con relaciones más profundas y duraderas; 8) se sienten poco o nada culpables; 9) aprecian el alto nivel de excitación general que les produce la relación infiel; 10) sienten que la libertad sexual va a la par con la libertad económica de que disfrutan; 11) reclaman el espacio concedido por el desliz, para aliviarse de sus muchas responsabilidades. Fisher (1996) manifiesta su oposición a las interpretaciones de la biología y la psicología evolucionistas favorables a la mayor tendencia de los hombres hacia la infidelidad y sin abandonar esa perspectiva teórica señala que probablemente la mujer, tanto como el hombre, está predispuesta a la infidelidad en la medida que sus ancestros también se comprometieron en episodios de intimidad sexual al margen de su monogamia porque le reportaron beneficios en la forma de mayores y más variados recursos de diferentes hombres, mejores genes de quien se manifestaba más agresivo sexualmente, mayor seguridad de tener parejas disponibles si es que uno de los hombres abandonaba el hogar o fallecía, y mayor variedad de hijos que asegurasen su sobrevivencia genética.
Por las circunstancias sociales en las que ocurren y sus múltiples y dramáticas posibles consecuencias, es probable que asuman características particulares los amantazgos (relación infiel) de mujeres u hombres casados con hombres y mujeres de igual o distinta condición civil. Obviamente, resulta más perturbador para los implicados y el entorno social, la ocurrencia del amantazgo entre casados y entre casados y solteros, siendo menores los efectos de los episodios entre solteros. Los impactos psicológicos pueden ser de variada magnitud, en función de las características de las personas implicadas y las del amantazgo (duración; ámbito de relación preferente, ya sea intelectual, afectivo o sexual; el tiempo de dedicación, etc.).
Aún cuando la mayoría de los episodios de infidelidad involucran alguna intimidad sexual, debe saberse que un número no despreciable se puede describir mejor como situaciones de infidelidad afectiva, sea porque no incluyen manifestaciones físicas eróticas y/o porque sus factores causales no son de índole estrictamente sexual. Sin embargo, al margen de esta consideración, una infidelidad puede ser un episodio altamente traumático para quien hasta ese momento ha confiado plenamente en su pareja, siendo difícil y a veces imposible la reparación psicoterapéutica. En contra de lo que pudiera suponerse, el/la infiel puede también sufrir un intenso sentimiento de culpa cuando no ha habido premeditación sino la mera conjunción casual de circunstancias favorables para la ocurrencia del hecho. De ocurrir, tal emoción muy destructiva se une a la incapacidad para convencer al otro de que el episodio de infidelidad no compromete lo esencial de su afecto y su compromiso. En realidad, ¿quién, si se ha sentido burlado, podría creer sin más en que el arrepentimiento es muy sincero y por lo tanto volver a confiar? A pesar de toda la crítica social, no son pocos los que, con una visión comprensiva y realista están llamando a reconocer la nueva "institución" del amantazgo como aquélla en que pueden tener lugar honestas, heroicas y desinteresadas entregas afectivas y/o sexuales, y que pueden incluso paradojalmente facilitar que un matrimonio sobreviva al desencanto.

viernes, 13 de marzo de 2009

DE MONOS A RATONES (Y SIN CAMBIAR DE TEMA)

Calvin Coolidge fue presidente de los EE.UU entre 1923 y 1929. Cuentan que en una visita que realizó con su esposa a una granja avícola, la Sra. Coolidge preguntó cómo podían producir tantos huevos habiendo tan pocos gallos. El granjero explicó que sus gallos cumplían con su deber docenas de veces al día.
“Quizá debería hacérselo saber al Sr. Coolidge” respondió en alto la primera dama.
El presidente, que oyó el comentario, preguntó al granjero “¿los gallos cubren a la misma gallina cada vez?” “no” contestó el granjero “hay muchas gallinas para el mismo gallo”. “Quizá debería hacérselo saber a la Sra. Coolidge” contestó el presidente.

Esta anécdota, que no sé si realmente existió, dio nombre al llamado efecto Coolidge. El efecto Coolidge es el hecho de que un macho, cuando copula, y se vuelve incapaz de continuar la cópula con una pareja sexual, puede a menudo reanudarla con una nueva pareja. Esto es lo que venía a demostrar un experimento llevado a cabo (esta vez con ratones) en 1988. Aunque inicialmente se pensó que se daba sólo en machos, investigaciones posteriores demostraron que el efecto se da también en hembras.

Creo que ya superamos aquella pregunta de ¿debe darse el sexo sin amor? Casi todos tenemos claro que sí, aunque alguien piense que si se da con amor, mucho mejor, o al menos con un poco de cariño. La pregunta siguiente que yo formularía es ¿puede darse el sexo fuera de la pareja? Es decir, ¿con alguien que no es tu pareja estable? Yo creo que hay en conflicto dos voluntades: una, la de seguir viviendo en un espacio seguro emocionalmente en el que además estás a gusto porque la persona con la que lo compartes te gusta, la quieres y tienes con ella proyectos comunes*. De otra parte, el deseo de tener sexo con otras personas, la llamada de los genes, de las hormonas, de los escotes, las minifaldas o los calendarios de bomberos. Esa lucha entre esas dos fuerzas se da y yo me atrevería a decir que en todas las parejas. Más tarde o más temprano pero se da.
¿Cuál es la forma más sana de conciliar estas dos voluntades? ¿Debemos renunciar a una vida feliz para poder tener sexo con otras personas? o ¿debemos renunciar a tener sexo con otras personas para salvar nuestra vida feliz? ¿Y si con esta renuncia nuestra vida no acaba siendo tan feliz como pensábamos? ¿Podemos seguir siendo felices con nuestra pareja practicando sexo con otras personas sin sentimiento de culpa y sin tener que dar explicaciones a nadie? ¿Por qué aun aceptando la infidelidad nos pone tan celosos pensar que nuestra pareja pueda estar con otra persona?
Joder, qué pesadito me he vuelto con tanta pregunta.

*Doy por hecho que si en la pareja no se dan las condiciones de las que hablo (tener un proyecto común, quererse, gustarse...) lo mejor es dar por terminada la relación (no pienso hablar de hijos e hipotecas)
Como ya anuncié (y a petición de Bonsai) os he dejado una nueva encuesta. Sed sinceros que es anónima.

martes, 10 de marzo de 2009

EL MONO QUE INTENTÓ ALCANZAR LAS BANANAS

Esto de los experimentos me está resultando interesante. El que voy a contar a continuación hace tiempo que lo conozco, posiblemente vosotros también, y explica el poder de las costumbres en la sociedad. Espero que a Anita no le parezca cruel esta vez (no te enfades, que es guasa).
Tenemos 6 monos en una jaula. En medio, y sobre una escalera, se sitúa unas bananas. Cada vez que uno de los monos intenta alcanzarlas una manguera de agua a presión se acciona contra el grupo. Así, una y otra vez hasta que los monos desisten de la idea de obtenerlas, pues ello comporta un castigo. Llegados a ese punto, se sustituye uno de los monos. Como es natural, el recién llegado trata de alcanzar la fruta deseada. Cuando lo intenta, el resto de inquilinos arremete a golpes contra él para impedir ser castigados con un manguerazo. Tras algunos intentos más, con el mismo resultado, este mono renuncia a la banana. En ese momento se sustituye otro mono. La historia se repite con éste (que es agredido incluso por el primer sustituto, quien jamás recibió manguerazo alguno) y luego con otro sustituto y con otro más y así hasta que los 6 monos son reemplazados. Ninguno de los que queda ahora ha recibido jamás un manguerazo, sin embargo ninguno intenta alcanzar el fruto deseado. De manera que tenemos 6 monos en una jaula con unas deliciosas bananas a su alcance y, sin saber ninguno de ellos el porqué, nadie trata de cogerlas (no sé si “nadie” se le puede aplicar a un animal, pero es que estos monos se nos parecen tanto...)

¿Cuántas cosas hacemos porque siempre se han hecho así? Os invito a que me contéis unas cuantas. A mí se me ocurre alguna: la fidelidad, o más concretamente, el buen concepto público, casi institucionalizado, que se tiene de ella. Estoy acabando de leer Sexualmente, el libro de Nùria Roca, una deliciosa proclama de todo lo contrario. Dice en su capítulo 20 “la fidelidad es como la monarquía, algo que sabemos que no tiene sentido, pero que no queremos cambiar. No tiene sentido que un señor sea el jefe de un Estado por ser el hijo de una persona concreta, como no tiene sentido que alguien mantenga sexo únicamente con la misma persona durante décadas. Lo aceptamos, pero que nadie me cuenta a mí que eso es normal”... “Los seres humanos evolucionamos, las mujeres hemos cambiado y ocupamos un lugar destacado en las sociedades, hay un nuevo hombre que busca su nueva ubicación en el mundo, pero la pareja sigue rigiéndose con las mismas reglas de hace siglos. ¿Será la explicación del 70 por 100 de separaciones? No será la única, pero con otras reglas es posible que algunos matrimonios pudieran salvarse. ¿El tuyo, por ejemplo? Piénsalo”

Seguramente volveré a este libro y a este experimento en más ocasiones, pero no será hoy, que cada vez me acuesto más tarde y he de madrugar.

sábado, 7 de marzo de 2009

EL EXPERIMENTO DE LA PRISIÓN DE STANFORD

Indagando sobre el experimento que nos contó Miguel Angel, he encontrado otro que también me ha parecido interesante y que nos lleva a similares conclusiones. En resumen se trata de la creación de una cárcel ficticia como escenario y la selección de un grupo experimental de 24 universitarios de clase media que son divididos aleatoriamente en dos grupos iguales: la mitad guardas, la otra mitad reclusos. De inmediato, ambos grupos asumen su rol. Los guardas someten a los reclusos a un trato vejatorio y humillante que éstos aceptan.
Tanto se fue el experimento de las manos de los investigadores que tuvo que suspenderse a los 6 días cuando estaba programado para 14.

Aunque el estudio haya sido criticado por falta de ética y porque no se ajusta a las condiciones del método científico, leer en profundidad los pormenores del mismo es para asombrarse y asustarse. Como en el caso del experimento de Milgram (el de las descargas eléctricas) se trata de evadir la propia responsabilidad moral, ya sea por tener un respaldo institucional que legitima nuestra acción o por cumplir órdenes. Pero quién no ha visto asunciones de rol similares en algún policía, en algún encargado de alguna fábrica, en algún jefecillo, en algún delegado de clase en nuestra etapa escolar, en algún funcionario o en algún cabo del ejército. ¿Quién que haya hecho el servicio militar no recuerda la mutación de roles entre recluta y veterano con la llegada de los nuevos reemplazos? Meditadlo.
Si queréis saber más sobre el experimento, hacer clic en los siguiente enlaces:

miércoles, 4 de marzo de 2009

¿LO HARÍAS? (II)

Mi amigo Miguel Angel ha aportado una variante al dilema moral que planteaba yo ayer. La cuestión que él presenta carece de la figura de la recompensa pero me ha parecido muy interesante, así como la respuesta de Bonsai. Por ello he decidido trasladar aquí ambas intervenciones desde el apartado de comentarios.

Decía Miguel Angel:
En el experimento de Stanley Milgram, en la Universidad de Yale en 1961, se seleccionaba gente para realizar un experimento sobre el aprendizaje y les decían que tenían que aplicar descargas electricas sobre sus "alumnos" si fallaban las respuestas, las descargas iban aumentando de voltaje,los supuestos alumnos estaban conchabados para fingir dolores atroces. Pues bien la mayoría de la gente llego a aplicar descargas MORTALES. No por dinero, ni por nada, solamente por que alguien se lo mandaba y la gente obedecia como Borregos, la verdad es que es desolador.

Decía Bonsai:
El experimento que comenta Miguel Angel me ha hecho reflexionar sobre ese borreguismo que tanto se ha dado y se da en los campos de concentración, en las guerras.....militares que se deben a una causa. Son botones invisibles que se aprietan lentamente, torturas, órdenes de fusilamiento, matanzas, ultrajes.... todo ello por obediencia absoluta a un esquema. Y el dilema sería ¿una causa puede anular la moralidad indidual de la persona?. Creo que no es borreguismo, es cobardía, es negar la responsabilidad personal que tenemos sobre nuestras decisiones y desviarla hacia otro lugar donde se justifiqua lo injustificable. Las personas del experimento aprietan porque piensan que no aprietan ellos.


El genocidio nazi del pueblo judío fue posible por lo que ambos apuntaban. Por borreguismo, por cobardía, por negar la responsabilidad personal que tenemos sobre nuestras decisiones, como decía Bonsai. También por miedo, claro que sí (qué gran tema el miedo). Fue posible porque muchos ciudadanos de a pie se prestaron a seguir los dictados de la propaganda nazi, pasando a formar parte de la maquinaria. Seguramente les resultó más cómodo obedecer las órdenes que cuestionarlas y fueron cómplices, por acción o por omisión, de la barbarie. Por eso admiro, como a ninguno, a Oskar Schindler. Es más o menos fácil jugársela cuando no se tiene nada que perder, él sin embargo era un industrial rico, vividor, despreocupado, que pertenecía a las SS y que hizo una gran travesía para convertirse en un héroe que salvó miles de vidas judías poniendo en juego la suya propia y dilapidando su gran fortuna. Él no eludió su propia responsabilidad cuando tenía muy fácil haberlo hecho.
Hay un refrán italiano que me gusta mucho. Dice: “¿llueve? Porco gobierno”. Somos muy dados a echar la culpa de nuestros males al gobierno, a la patronal, a los sindicatos, a los bancos, a la sociedad...lo cual está muy bien, pero nunca nos fijamos en nosotros mismos.

lunes, 2 de marzo de 2009

¿LO HARÍAS?

Me he acordado muchas veces de una cuestión moral que el profesor de ética de Isabel planteó a sus alumnos hace ya muchos años, en el instituto. Era la siguiente: si te dieran un millón de pesetas por apretar un botón sabiendo que al hacerlo moriría una persona que no conoces al otro lado del mundo, ¿lo harías?
La pregunta es comprometedora para la conciencia de cada uno. Sería fácil decir “no, por un millón no vale la pena” pero, ¿y por diez? ¿y por cien o por mil? ¿Podríamos ponerle precio a una vida humana? Ya me imagino los razonamientos autodisculpatorios de cada uno. Si entras en Google y tecleas “personas que mueren un dia” te encuentras que 2 millones de ellas mueren por falta de agua o consumo de agua contaminada, 35.000 personas mueren de hambre, 20.000 por hipertensión, 3.300 por accidentes de tráfico, 1.000 son víctimas de armas ligeras… Sumémosle los muertos por accidente, por enfermedad, por infarto, por suicidio... Sería fácil argumentar “bueno, todos lo días mueren en el mundo cientos de miles de personas. Total, una más…Todos morimos, sólo he adelantado el momento de una persona que, quizás, fuera a morir la semana que viene”
El razonamiento sería radicalmente distinto si la persona que aprieta el botón es la que está al otro lado del mundo y su víctima es nuestro ser más querido. En ese caso, su asesino sería el mayor hijoputa del planeta. Y aunque nos llamara diciéndonos "mira, macho, ya sé que es una putada pero es que me he llevado 1 millón de euros" no creo que nuestra respuesta fuera "ah, tío, haberlo dicho antes, por esa pasta ya vale la pena, hasta yo lo habría hecho". No, sin duda esa no sería nuestra respuesta.
Afortunadamente no todos tenemos a mano ese botón. Algunos sí lo tienen o lo han tenido y bien que le cogieron el gusto a eso de apretarlo. Al expresidente de lo EEUU no le pareció tan valiosa la vida de los desconocidos hombres, mujeres y niños iraquíes como la de los bien vestidos ejecutivos norteamericanos del World Trade Center y, en compañía de su corte de bufones, apretó compulsivamente ese botón como quien juega a la playstation con sus amigotes. ¿Cuál habrá sido su botín?
Os he dejado una encuesta para que penséis. Sed sinceros, que es anónima.